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Lo que dicen las cosas

Somos animales de historias. Nos gusta contarlas y que nos las cuenten. Incluso nuestros objetos las narran: nos acercamos a ellos y nos las dicen bajito, de tal forma que sólo nosotros podemos escucharlas, porque nos pertenecen.

***

Fuimos a la playa, Santiago, los niños y yo; unos días tranquilos, alejados del bullicio citadino. En nuestro segundo día ahí, mientras desayunábamos, él recibió una llamada: entraron a la casa, nos robaron. Me lo dijo al oído, tan tranquilo como pudo. Yo no soy buena para esconder mis emociones y no quise asustar a los niños, así que me levanté de la mesa y fui a llorar a otra parte. Hiperventilé. Creo que es un pánico instintivo: entraron a la guarida donde crío a mis cachorros. Mi lugar seguro en realidad no lo es.

Poco a poco hicimos el recuento mental de lo que se habrían llevado. Pienso que tenemos pocas cosas de valor (monetario), pero se llevaron lo que encontraron. Algunas sin importancia emocional, como aparatos electrónicos. Pero también vaciaron mi joyero. Era mi cofre de tesoros, lleno de historias que podía ponerme encima según el día. Mis anillos de compromiso y de matrimonio; cada vez que los usaba, recordaba el aura de esperanza de aquel diciembre en que nos casamos. Un prendedor que me regaló mi abue; lo encontré un día en su vitrina y me dijo sin dudarlo: “Quedátelo”. Un dije de corazón que me dio Santiago, con unas cuantas palabras cursis que se quedan conmigo. Un anillo que era de mi mamá, y que decidió regalarme cuando nació Gabriel. Los collares que me obsequiaron mis papás y mi hermana cuando cumplí treinta, durante un viaje inolvidable a Oaxaca.

Podría seguir. Y sigo, porque aún estoy armando el inventario mental. Creo que sólo con una especie de lista de lo que se llevaron puedo empezar a dejarlo ir.

Me viene una oleada de rabia cuando pienso que mi colección de anillos (algunos estaban conmigo desde hace más de quince años) ya no es mía. Que las piezas de plata las vendieron por gramo en algún lado; otras tantas chácharas, de materiales baratos, tal vez ya estén en un basurero.

Sé que hay situaciones peores. Y no puedo decir que estos últimos días hayan sido tan terribles. Siento como si mis costillas fueran a reventar con el revoltijo de emociones que guardan; lo que me sorprende es que no todas son malas. Hay tristeza y rabia, sí, hay muchísimo de eso, pero también hay mucha gratitud. Veo reír a mis hijos, siento sus abrazos y sus caritas redondas, los cachetes rosas de tanto sol y energía, y sé que ahí está lo más valioso. Ya no tengo anillos de casada, pero ahora amo a mi marido más que cuando los puso en mi mano y en los momentos complicados veo con claridad lo bien que me complementa. Empecé a curar mis heridas en el mar; dejé que me envolviera el agua y tuve la certeza de que en ese momento, todo estaba en orden.

Tenemos familia que se encargó de cambiar las chapas y guardar nuestra ropa en los cajones. Nos convencieron de que no había más que hacer en ese momento, de que intentáramos disfrutar nuestra vacación. Me siento querida y apoyada, y eso es invaluable.

Pienso que al menos debo crecer con esta experiencia. Aprender a soltar. Aceptar que los objetos no son más que eso y que las historias se quedan conmigo. Debo tener la capacidad para despegar una cosa de la otra.

Es raro, porque siempre pensé que era una persona poco materialista. Y ahora, por más que pienso que sólo eran objetos, pedazos de metal y plástico y piedra, me duele. Supongo que tiene que ver con la forma: alguien entró a mi habitación sin mi permiso y se los llevó. No los perdí, me los arrebataron.

***

Hoy volvimos a casa. Me gusta viajar, pero siempre siento alivio cuando vuelvo a casa. A mi almohada, mi champú, mis libros, mis cosas. Esta vez no quería volver.

Vulneraron mi intimidad. No sé cuánto tiempo tarde en recuperarme de esta sensación, incómoda y sucia y violenta. No sé si uno vuelva a ser el mismo después.

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Soy un animal de historias. Las escribiré para que no se pierdan. Esas son mías y nadie me las podrá arrebatar.

Acerca de Caro Jiménez San Pedro

Juego a ser escritora.

Un comentario »

  1. Carito, te entiendo perfectamente. El año pasado robaron la casa de mi abuela y ella guardaba el joyero familiar. Todo se fue, menos nuestros recuerdos y las historias. Te abrazo, a destiempo pero con harto cariño.

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    • ¡Gracias, Lucy! Qué tristeza lo del joyero de tu abuela, ya me imagino cuánta historia había ahí adentro. Lo que nos queda es eso, guardar los recuerdos con cariño. Te mando un abrazo también. 🙂

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  2. Gracias por comentar. Qué pena lo de tu abuelita, pero lo trascendente es el amor, los recuerdos, las historias. Saludos

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