Mi vecino da clases de canto. Todos los días, desde tempranito, escucho las vocalizaciones de sus alumnos. Algunos son afinados, otros… para nada. El ruido es tan constante que a veces ya no me percato de él. Pero otras veces, mientras preparo de comer (la cocina es donde más se oye) ya no puedo más: prendo mi bocina, elijo alguna canción de mi iPod y subo el volumen.
El otro día, esa canción fue «Wake Up» de Arcade Fire. La he escuchado cientos de veces y por eso, no siempre estoy atenta a la letra. Pero esta vez, me emocioné tanto que abandoné los alimentos a medio preparar, aventé los zapatos a un lado y me puse a bailar, con la libertad que uno sólo tiene cuando está solo.
A veces, una canción conocida adquiere un nuevo significado. Esta vez, mientras Win Butler cantaba «our bodies get bigger but our hearts get torn up», pensaba en la primera vez que me rompieron el corazón y cómo levanté murallas para que no volviera a suceder. En cómo quisiera que nadie lastime nunca a mi hija, pero que eso es inevitable. En cómo deseo que, aunque va a crecer y a veces el proceso duele, su corazón jamás se vuelva frío, porque en este mundo necesitamos más gente que lleve el fuego (una imagen de esperanza que tengo grabada desde que leí The Road de Cormac McCarthy).
Terminó la canción y continuaba la clase de canto. Pero francamente, me sentía tan llena de energía que me importó poco. Me puse los zapatos y seguí cocinando, mientras tarareaba, ansiosa de recoger a Vale en la escuela y decirle que la quiero.